Hoy en día, almacenar y recuperar en el momento adecuado una gran cantidad de datos de forma organizada es esencial para un buen rendimiento empresarial. Aquí es donde la ciencia resulta útil, cumpliendo la promesa que hizo hace apenas unos años: traer robots con inteligencia emocional a la escena social, y no sólo a la industrial.
Imaginemos el escenario. Tras registrarse en línea, el invitado llega al lugar del evento y es recibido por un robot que le da la bienvenida. Éste le pide su nombre y apellido y desde allí puede identificar los datos del invitado. Entonces, pide confirmaciones de última hora (p.ej. preferencias para la comida o para la cena de gala) que el participante no ha indicado previamente en el formulario de inscripción online y envía todos los datos en tiempo real a la base de datos de los organizadores, que será actualizada no sólo acerca de la asistencia y/o ausencia de participación, sino, también, sobre una serie de nuevas informaciones ya encriptadas y listas para ser utilizadas por la aplicación, gracias a los servidores en la nube.
Podríamos, incluso, integrar una broma o una risa para hacer menos fría la interacción entre la máquina y el hombre. No es casualidad que la inteligencia artificial haya progresado en poco tiempo. Más allá de los influencers virtuales en los que se han centrado grandes marcas como Prada o Gucci (personas virtuales que, al igual que Ferragni, pero con un caché mucho menor, recogen 1,5 millones de seguidores en Instagram u otras redes sociales), ahora también hay robots con características completamente humanas. Hace tan algo más de 6 meses, la agencia de prensa del gobierno chino creó dos avatares a partir de inteligencia artificial: dos periodistas de televisión en carne y hueso, uno para dar las noticias en inglés y otro para dar las noticias en chino. Mucho antes, la gran cadena multinacional Carrefour ya había introducido su robot Pepper para leer las etiquetas de los productos, dar información sobre el supermercado, ofrecer consejos sobre recetas con los alimentos comprados, etc.
Ahora, sin embargo – también gracias al aprendizaje automático – el reto es otro. Hablamos de codificación facial, es decir, de decodificar las expresiones faciales y el lenguaje humano (así como, la proxémica) para permitir la «programación emocional» de los robots que serán capaces (y ya lo son, en algunos prototipos) de comprender las emociones de los seres humanos con los que interactúan. Los sistemas de inteligencia emocional artificial evalúan los parámetros del ser humano, comparándolos con su propia base de datos y estableciendo, de esta manera, una valoración del estado emocional al que contrastar la respuesta correcta. Pero no se trata de una mera operación informática: la robótica se convertirá en una ciencia de carácter interdisciplinar – ya que la fisiología también ha entrado en juego,- cuando los robots puedan leer los latidos de nuestro corazón, el sudor de la piel y la respuesta galvánica de la misma (es decir, la que provoca la llamada «piel de gallina»).
Con todo esto, es probable que los robots no reduzcan a la mitad el número de puestos de trabajo, como muchos han temido, sino que, por el contrario, devuelvan la tecnología a su lugar: al servicio de la persona – últimamente, demasiado esclava de la entrada de datos – que encontraría de este modo su centralidad de nuevo.
Los detractores de la inteligencia artificial podrían objetar que una centralidad de la persona en un evento que pone robots en la recepción/en el registro es casi paradójica. Y aquí podríamos responder con una lista de evidencias; es decir, con el hecho de que la IA (inteligencia artificial) lleva a una disminución del tiempo destinado al proceso de acreditación, a un menor empleo de personal en la entrada (a menudo personal externo, representando mayores costos), y una posible conexión en tiempo real con la base de datos de la aplicación que gestiona el evento y, por lo tanto, un menor gasto de energía en la gestión del back-end.
Todos los datos objetivos están destinados a mejorar la calidad del trabajo de los organizadores que, así, pueden disfrutar del evento organizado por ellos y dedicarse a una interacción más profunda con los invitados, generando una situación de win-win entre la empresa y el cliente y ofreciendo un beneficio basado en la atención a la calidad y el cuidado de las relaciones humanas (más allá del mero servicio ofrecido).